(II) En la gama de los grises.
- julianponsone99
- 9 jul 2020
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 25 feb 2021
El otoño ya se había asentado esa tarde de fin de mayo, con sus temperaturas rondando los 18° y los días mezquinos de luz. Todavía no se había instalado en mi cabeza la idea de escribir estas páginas, para lo cual faltaban un par de tardes de cinéfilas decepciones. De hecho, todavía me encontraba optimista a encontrar alguna trama que me devolviera un poco la esperanza en que la soledad sentida fuera causada por el distanciamiento social y no por una realidad más antigua, sistemáticamente determinada a no dejar pensarnos acompañadxs. Creí entonces que mis ilusiones serían bien representadas por artistas latinoamericanxs. Tal vez, alejandome de los ideales capitalistas de Hollywood resolviera mi búsqueda de una imagen en la que nos podamos ver sin que la propuesta sea que antes tenemos que comprarla. Google respondió a mi petición y recomendó esta película chilena y galardonada múltiples veces en festivales norteamericanos. Me dispuse a verla con las más altas expectativas, esperando encontrarme la cruda realidad que, según los portales de internet, se ve expuesta en el filme.
El problema es que al sacarle las etiquetas de extraordinarias, de espectaculares, de fabulosas o fantásticas, las ficciones se vuelven más del orden de lo ordinario, lo normal, lo cotidiano o lo realista; incluso sabiendo que no hay nada más intenso y fuertemente movilizante que el amor o la vida misma. Incluso sabiendo que nuestra lucha históricamente fue que reconozcan el abanico de nuestros colores, sigue habiendo películas que nos colocan en la gama de los grises.

Comencemos por lo obvio. El argumento de la historia se basa en cómo el personaje principal vive una relación sexoafectiva con otro hombre, luego de que se separa de su mujer con la que tiene un hijo y forma pareja desde hace ya unos 15 años. El título de la obra sirve de metáfora para pensar la bisexualidad como algo que se encuentra en el medio de la heterosexualidad y la homosexualidad, lo cual es una mirada bastante superficial de pensar el (o los) deseo(s). Empero, le voy a dejar la discusión a quienes puedan suscribirse completamente al colectivo bi y sean capaces de traducir esta metáfora en experiencias que la validen o la hagan caducar. A mí lo que me interpela de este título poco feliz es, más allá de los grises, los blancos y los negros. Digo, para que haya una gama, tiene que haber dos colores opuestos.
Es muy, pero muy raro encontrar alguna cultura que no tenga la base de su pensamiento filosófico construida sobre la idea de la complementariedad de algún opuesto. El Yin y el Yang es sólo un ejemplo de dualidad que se fusiona para formar algo mucho mejor que las dos cosas por separado. Sin embargo, los discursos que milenariamente llamaron más la atención y que captaron a mayor número de seguidores son los que hablan de opuestos que no se mezclan. Partiendo desde el nacionalismo en todas sus formas podemos mencionar, también, la discriminación racial o religiosa, la segregación política o cualquier otro par de grupos que se puedan catalogarse como los unos y los otros, nosotros y aquellos.
Más allá de esta forma particular de discurso (de odio) en general las narrativas ficcionales parten de la oposición de ideas o escenarios para validar el camino del héroe. A cualquier historia podemos encontrarle un opuesto desde el cual se formula la trama, incluso si fuera de lo más conceptual y metafórico, como decir “lo conocido y lo desconocido”. En este sentido me parece interesante notar que en las ficciones LGTBQ+ esta dualidad está planteada siempre desde el “¿Heteronormatividad o no heteronormatividad?”. En términos superficiales, nuestros héroes trolos sólo pasan por la odisea de salir del clóset; al único monstruo que han de enfrentarse es al monstruo de sus deseos.
Sin querer romper esta estructura característica del modo de contar nuestras historias, En la gama de los grises, muestra desde el título la poca originalidad de su trama; siendo su único objetivo en términos de disruptividad el de contar la historia desde una perspectiva más real, más cotidiana “mostrando los grises de la vida”, en palabras del director. Como fanático de las diversas formas que adopta el amor, no pude evitar preguntarme: ¿Son nuestros romances categóricamente diferentes y opuestos a los del amor heteroconforme?
Cabe destacar que en ningún momento Bruno, el personaje de Francisco Celhay, se plantea como problemático su deseo bisexual. De hecho, en varias conversaciones con su nuevo romance Fer, llevado a cabo por Emilio Edwards, comenta que p

ara él siempre fue una posibilidad válida estar con hombres como con mujeres y que lo tenía muy en claro. No obstante, si bien la trama no gira en torno al deseo homosexual sí orbita alrededor de lo que pasa más allá del deseo sexual en una relación; el argumento plantea la dualidad no en la sexualidad pulsional sino más en el plano de lo romántico. Bruno, a lo largo de la película se plantea volver a su matrimonio heteronormado o animarse a una relación de compromisos sexoafectivos con otro hombre. Por ambos personajes, se supone, tiene sentimientos de equiparable peso.
En consonancia, vale la pena mencionar algunas díadas del orden de lo romántico que suelen ser arquetipos que dan forma a las tramas: la elección de dos pretendientes; la elección entre dos pretendidxs que de alguna manera responden al protagonista al mismo tiempo; la elección entre la pareja y un sueño no romántico; el animarse a una pareja que cambia el paradigma del héroe, entre otros. El más común, a mi criterio, es el de la pareja establecida y el otrx. La idea del amante o la amante que le hace temblar el piso al protagonista es súper cautivadora para la audiencia, y sobre todo para los espectadores de ficciones queers. Pareciera de lo más lógico que el romance homosexual que se plantee comience estando en las sombras de un matrimonio o una pareja convencional. Sin embargo, en esta ficción en particular, el romance entre los dos hombres protagonistas comienza meses después de que el matrimonio se separe. Además, como dijimos antes, no es la sexualidad de Bruno la causa de la separación.
¿Por qué hago hincapié en éstos arquetipos? Porque son esos escenarios planteados los que complican la vida amorosa de los protagonistas y son esas situaciones especiales, de amores imposibles y enredados, los que dificultan la tarea de elegir. Por otro lado, en este caso no veo una razón real por la que el protagonista deba plantearse tan dramáticamente la elección, por lo menos no en los términos en los que entiendo que lo plantea la obra. A mi criterio, la elección más clara y noble es la de volver a su familia. Y lo escribo sin que me tiemble el pulso. Lo mejor para el personaje, en ese momento y en ese contexto, era darle una oportunidad a la familia que formó años atrás. ¿Por qué? Porque pensar que nuestro amor es más intenso o más valioso sólo porque es disidente, también es una forma de prejuicio y algo sobre lo que no debemos formular nuestros deseos. No nos vamos a querer más porque seamos del mismo sexo, sólo nos vamos a coger diferente.

Una historia de amor bien clásica que habla justamente de esta situación de matrimonio y posibilidad de otro amor, es Los puentes de Madison. En ésta película uno contempla una situación de elección planteada con una profundidad de tal magnitud, que la obra anteriormente mencionada no puede ni compararse (tal vez, por pretender que la profundidad del argumento no pase los límites de lo cotidiano).
Los puentes de Madison cuenta la historia de una ama de casa de un área rural de los Estados Unidos que se dispone a reposar de las tareas domésticas y del peso de ser la madre modelo por unos días, mientras sus hijos y su marido se encuentran fuera. En ese contexto de distanciamiento con lo cotidiano, comienza un romance platónico (y no tanto) con un fotógrafo que, perdido en la vasta zona cercana a la casa de la protagonista, le pide indicaciones. Luego de varios días de flashar amor, el personaje de Clint Estwood (Robert) que representa básicamente todo lo que el de Meryl Streep (Francesca) necesitaba en su vida, le propone a la protagonista una vida juntos, propuesta que se rechaza.
Sin ánimos de juzgar el tinte machista que tiene la historia y las razones que llevan a Francesa a negarse ese amor de ensueño, creo que hablo por todxs al decir que la decisión tomada en ese momento era la que mejor le convenía a largo plazo. Digo, durante las casi dos horas que dura el filme el personaje se construye alrededor de esta imagen de madre impoluta y esposa modelo; si se fugara con su amante, ella no hubiera sido del todo feliz sabiendo que sus hijos se sentirían de algún modo abandonados y que la vida del que fuera su marido se derrumbaría. Incluso cuando se plantea que no siente culpa por haberlo engañado, que estaba contenta de que lo que pasó, pasó. Sabemos que el peso que tenía ese romance era que la intensidad vivida no podría mantenerse en el tiempo.
En un planteo diametralmente opuesto, En la gama no nos propone intensidad, sino un puñado de sentimientos vividos desde una posición realista, despojados de todo lo que pudiera marcarlos de extraordinarios. ¿Cómo puede ponerse en el mismo nivel de prioridades un romance de pocos meses que no iba a ningún lado y un matrimonio de años por el cual todavía se tienen sentimientos? ¿Puede la excentricidad del deseo homosexual cubrir la cuota que le faltase a los amores queer para llegar a ser igual de valioso que el heteronormado?
Al recordar la película norteamericana lo primero que se me viene a la mente es que Robert era todo lo que Francesca quería, de alguna forma u otra, materializado. Pero no podemos pensar lo mismo de Fer. También si pensamos en lo que le proponen estos hombres a sus respectivos compañeros de ficción encontramos diferencias. Fer, más que plantear una vida juntos plantea un “vamos a ver qué pasa”, mientras que la pareja anterior de Bruno claramente puede proponer algo más valioso para él como una vida familiar (que de hecho ya tenía).
Aclaro que uno podría decir muchas cosas respecto a la familia tradicional, las imposiciones sociales y la normatividad reproductiva. Pero no voy a hacerlo, el deseo del protagonista era ese y es igual de válido que si no lo hubiera querido así. Por supuesto, desde estas entradas se motivará siempre a que se muestren otras maneras de pensar proyectos de vida que no sean únicamente el ya conocido modelo de familia nuclear. Pero en este posteo, no se le dedicará muchos más caracteres.
Habiendo hecho la comparación de las dos películas debo admitir que tal vez no fue la más justa. En ningún momento la película chilena pretende apelar a la emocionalidad para generar catarsis en el espectador, no está contemplada desde el vamos. En este sentido las dos películas son diferentes y deberían mirarse de manera diferenciada. No obstante, en ambas se plantea una elección romántica, sólo que en En la gama las relaciones que se disputan no están cargadas de sentimientos o significaciones extraordinarias como si es el caso de Los puentes.
Es absolutamente coherente pensar que esa falta de emocionalidad agregada se deba a que se busca hablar de posiciones menos extremistas y más cotidianas respecto a los sentimientos, más acordes a lo que podría sentir el ciudadano de a pie. Al margen de que el hecho de que la vida es complicada es ampliamente conocido, no hacía falta que hagan una película para mostrarlo. En este sentido, ¿Qué es lo que hace interesante a la historia si sólo habla de la realidad? ¿Sería igual de pertinente la realización de ésta obra si el tema de la bisexualidad estuviera fuera de foco? Además, ¿Estaríamos de acuerdo con la decisión de Francesca si el personaje de Robert fuera una femineidad? ¿O nos molestaría que no eligiera a su amante mujer por considerar ese acto como aún más represivo de sus deseos?
Hasta ahora, me lamento al pensar que nuestro amor es objeto de fetiche para muchos espectadores. Que nuestras historias sean sólo interesantes no por lo que hacemos o decimos sino por a quién querernos cogernos, o por los problemas que nos trae querer hacerlo. Porque no nos engañemos, si fuera el caso que nuestras relaciones sexoafectivas son verdaderamente más intensas, no es una cuestión de nuestro deseo como tal, sino de un contexto que sistemáticamente se encapricha con prohibirnos no estar solxs. Las situaciones de secretismo, de imposibilidad, de estar contra el mundo, de no tener paz son las que llenan nuestros amores de un romanticismo que es en alguna medida artificial o por lo menos no innato.
Diciendo esto parece que estoy argumentando en contra de la representatividad LGTBQ+ en las ficciones. Pero no es así. No es que quiera que no estén nuestras tramas, simplemente quiero que no estén más esas tramas donde lo que vale no es nuestra historia de amor y lo que atravesamos al construirlas sino exclusivamente el deseo no heteroconforme que le da el génesis.

Y así estamos. Haciendo presencias en historias donde sufrimos intensamente por los amores que no pudimos tener (justamente por intensos) o desapareciendo en tramas donde pudimos haber amado pero no lo hacemos porque no valía la pena amar sin intensidad. Así estamos, sin que se muestren los colores que nos pueden dar un final feliz.
En la escena final de la película Bruno persigue en bicicleta a Fer por todo Santiago de Chile. La escena está musicalizada por Carla Morrison y su tema Disfruto. Fer se rehúsa a hablar con Bruno, quien finalmente lo alcanza y le dice que necesita más tiempo para tomar su decisión.
–Vos sabés cómo pienso, Bruno. O es blanco o es negro –le responde Fer.
–¿Cómo pedirme que elija entre una cosa así?
–Algún día te va a tocar decidir. Elige Bruno, tenés el privilegio de hacerlo.
Para que sea el diálogo final de la historia debo reconocer que son frases muy del orden del “HABLA MARICA HABLA” que dio origen al nombre de este blog. Pero la fuerza de las palabras de Fer no es suficiente como para que quede claro a quién elige el protagonista. Termina en final abierto, queda a criterio nuestro la decisión. Yo ya comenté la mía. Ustedes, ¿Cuál prefieren? ¿Blanco o negro?
Comments