A lengua arremangada.
- julianponsone99
- 13 jun 2020
- 6 Min. de lectura
Algunos meses atrás escribí lo siguiente en el marco de una consigna de una materia universitaria que pedía describir una escena educativa la cual nos permita reflexionar sobre el rol docente y su importancia en la vida de los adolescentes.
La comparto por que quizás, algún otrx se inquiete como yo al ver la despolitización de los docentes en el aula.
Una vez le pregunté a Barbi (así le decíamos) qué quería ser de chica cuando fuera grande.
Barbi estaba a cargo desde hace más de 15 años de las materias de economía de uno de los colegios confesionales más antiguos del partido de Pilar. Da, entre otras materias, Sistemas De Información Contable para 4to, 5to y 6to año y profesaba su materia con su biblia: “SIC, Sistemas De Información Contable” que para suerte de predicadores tenía tres testamentos, uno para 4to, 5to y 6to. Los libros venían con explicaciones sencillas acompañados de divertidos dibujos y eran diseñados para personas que nunca tuvieron contacto con los conceptos económicos y, por sobre todo, que fueran autodidactas.
Corrían por los pasillos los rumores de que Barbi estaba casada con millonario empresario relacionado con la empresa Falabella. Su maquillaje de primera marca y su pelo siempre recién salido como de peluquería parecían confirmar, pero vestía con camisa de tela pesada y chalecos polar siempre rojo o azul marino que parecían contradecir los chimentos. Sus zapatos eran zarkany, pero de vestir. Nada ostentosos. Conjeturé siempre que ella era entonces de clase media acomodada, con buen gusto por supuesto, pero con una imagen consiente de como visten los trabajadores en lo cotidiano.
Mi pregunta sobre las aspiraciones juveniles de Barbi fue inspirada por sus siempre entusiastas preocupaciones sobre nuestro futuro.

Cuando los profesores de las modalidades del instituto vinieron en 3er año a contarnos de que se trataba cada una, Barbi hizo principal hincapié en que el mundo es de las finanzas…y había que saber hacer un cheque. De hecho siempre mostró resentimiento porque en modalidad Economía se enseñe Historia Del Arte y en modalidad Arte, por ejemplo, no se enseñara “Economía para el cotidiano” donde por supuesto, se enseñaría a armar un cheque y hacer un depósito.
Ese día estaba sentado en el primer banco frente al escritorio del docente. Llegué tarde, como siempre, por demorar intencionalmente mi recorrido al colegio y poder saltearme el rezo de entrada. Todavía siento pánico al ver más de 5 personas persignarse al mismo tiempo. ¿A nadie más le parece casi sátanico que un gentío grite al mismo tiempo “¡La sangre y el cuerpo de Cristo!”?
Barbi desentonaba con el resto de los profesores, sin embargo, llevaba allí muchísimo más tiempo que la mayoría. En general, eran todos cordiales entre sí, siempre sonriéndose de más, bromeando de más, queriendo hacer los actos escolares en colaboración (también de más), salidas de más…en fin, Barbi no hacía de más, hacía lo justo y necesario y no se codeaba con nadie. Para bien o para mal Barbi era siempre genuina, elegante, con buen gusto y por qué no, un poco ortiva.
Desentonaba también porque el conservadurismo de la escuela se había materializado con más fuerza durando mis dos últimos años de estudiante: 2015 y 2016, y Barbi nunca había hecho comentario sobre política alguno, a diferencia de los demás profesores que se aprovechaban de que los discursos hegemónicos estaban todavía más legitimados. Los debates unilaterales de las clases de Derecho, los espacios de participación para los mismos tres alumnos en clase de Economía Política, y las definiciones del siglo pasado en las clases de Salud y Adolescencia me llevan a pensar en lo que se hubiera ahorrado el macrismo de haber puesto el Bunker del PRO en el edificio del colegio.
Cuando le hice aquella pregunta a Barbi esperaba que me cuente una historia sobre la misión que ella sentía que tenía para ser profesora, o al menos una historia sobre cómo no se decidió entre varias carreras pero que siempre quiso ser docente. O sea, era eso lo que se escuchaba de los otros profesores. Ellos te decían que estudiaron de abogados, contadores, químicos o físicos pero que era por designio familiar: su verdadera vocación era la de ser docente. ¡Y lo fueron! Bienaventurados ellos que lograron sus sueños. Aunque es una lástima que con la vocación no alcance para ser buen profesor. Una picardía.
En las clases de Barbi no había lugar para debates ni exposiciones. Sólo había lugar para que ella, una vez cada dos semanas, lea el tema nuevo directamente del libro y administre y designe que ejercicios hacer de las prácticas, también sacadas del libro. Esas eran sus intervenciones en las clases, además de cuando se acercaba con sigilo de pantera a pedirle vidas en el Candy Crush a una compañera, cosa que hacía casi murmurando, como no queriendo que se enteren los que estaban sentados a su alrededor. Ellos disimulaban las muecas de risa y así el secreto estaba guardado.
Que Barbi no disponga de los espacios de expresión sobre los temas de actualidad no derivaba en que no los hubiera. Eran rutinarias las reproducciones textuales del programa Intratables que hacían Manuel y compañía. Manuel era guitarrista principal del coro del colegio y el de la parroquia de Pilar. Había ido a misionar unas seis veces antes de terminar 6to; era participante de los modelos de ONU desde hacía 4 años; no se llevaba materias; era hasta donde sé heterosexual, rubio y de ojos claros, de doble apellido y federado en básquet. A Manuel nadie le había regalado nada y estaba orgulloso de eso. Manuel odiaba los subsidios del estado y le gustaba cambiarle a los insultos la C por una K. Yo trataba de no hablarle mucho, aunque una vez cada tanto le preguntaba si había pensado en tomar clases de canto, porque claro, cantaba bien pero no tanto y tenía potencial. Nunca supo si se lo decía en serio o lo estaba cargando. Que él no haya ido a canto no quiere decir que yo no pueda darle a mis cinco años de teatro un buen uso.
Barbi no me contó ninguna historia de superación, ni de sueños, ni nada. Contestó rápidamente, como si tuviera la respuesta en puerta, como si pensara en eso todo el tiempo y hace mucho esperaba contárselo a alguien. Contarle a alguien que no tiene misión de hacer nada, y la vocación se la construyo con lo que pudo, con lo que tenía y, también, con la ayuda de SIC 1, 2 y 3.
Yo me quedé libre los últimos tres años del secundario. 80 faltas el primer año, 167 el segundo y 113 el tercero. Claro me perdía muchas de las clases de Barbi pero a las que sí fui bastan para conjeturar que eran como describí arriba. Excepto una.
Era si mal no recuerdo octubre del 2016. Los primeros tarifazos y

a habían ocurrido, el
transporte pasó de 3.50 a 6.30,
y aerolíneas argentinas estaba en huelga. Manuel estaba particularmente enmalentonado ese día. Gritaba más de lo común y no se daba cuenta que algunos compañeros en realidad lo tomaban para la broma hablándole de la pérdida de poder adquisitivo de los salarios con la quita de subsidios a los servicios, tema que, claro, es siempre motivo de risas. La discusión estaba a punto de salirse de tono cuando Barbi llamó a silencio. Nunca vi persona con mejor dicción que ella, y lo menciono porque la exposición que dio dos minutos después no fue digno de tartamudeos.
“¿Qué pasa Manu?” preguntó. “¡Nada profe! Es que el negro este quiere subsidios, el enfermo. Re kuka que vaya a agarrar la pala.” Vale aclarar que han bajado mucho el nivel de exigencia para las exposiciones del modelo de ONU. Ya no son lo que eran.
Por lo general Barbi estaba cruzada de brazos así que no gesticulaba con las manos como quien dice, pero sí tenía mucha expresión facial. Había piel de más colgándole en la papada así que cuando le preguntabas si habías hecho bien un ejercicio te respondía “NOoOooO” y movía la cabeza de un lado a otro tan rápidamente que te daba risa y miedo al mismo tiempo. La primera vez que la vi expresarse con las manos fue después de que Manuel le contestara. Primeramente puso una cara como si se estuviera arremangando la lengua o elongando la parte del cerebro que piensa las palabras. Después tomó aire. Luego, empezó. No logré encontrar en el libro la clase de eKonomía que dio en ese ratito. No logré volver ver a Manuel tan callado como cuando terminó de hablar la profesora. Barbi no volvió a expresarse nunca sobre política para la clase. Solo para mí, que siempre le preguntaba o le tiraba alguna indirecta y ella se sonreía y me decía que haga los ejercicios.
Mucho tiempo pensé que no quería ser jamás como ella. Ser profesor de manual, dar los ejercicios e irme y “al que no entiende que se jorobe”, “hubiera prestado atención”. Guardaba sus clases en la parte de la memoria donde habitan las cosas que no me gustan. Después de esa clase de grande quiero ser como Barbi, como ella en ese ratito, en el ratito que tuvo la lengua arremangada.
¿Por qué ella no quería ser siempre así? ¿Por qué nunca dijo lo que pensaba sobre nada? ¿Por qué ahí sí? ¿Qué la hizo arremangarse?
Barbi me confeso sin dubitar que ella quería ser dentista. Ortodoncista, mejor dicho. Pero la carrera era cara, su familia no era pudiente así que en la UBA estudió para contadora con el sueño de progresar. La oficina le parecía monótona y se hizo profesora, para variar. Barbi era de Rosario “la mejor ciudad”. Era también de sagitario, “el mejor signo”, según ella, “signo de los honestos, los maestros y los que odian la rutina” según mis libros.
Barbi quería ser dentista. Me hubieran gustado más clases en las que no estuviera anestesiada.
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